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Anotaciones de Laurent Delavigne en su diario

23/05/2016 Para poder sumergirte en las aguas de la locura solo es necesario encontrar una gota extraña, un suceso que carece de importancia en un primer momento pero se queda grabado en la mente, aumentando de intensidad como una avalancha de nieve. La locura es un parásito que se reproduce a partir de un hecho trivial al que no sabemos dar explicación. Una puerta que se abre sin corriente de aire, un libro que se cae al suelo sin que nadie lo tocara, la mirada perturbadora de una joven de ojos azules...Cuando eso ocurre, por mucho que intentemos hacer como si no hubiera sucedido, la gota se ha transformado en un océano y ya no hay vuelta atrás. Ella me miró...lo juro...lo hizo... Pero no adelantemos acontecimientos y retrocedamos, justo antes de desparramar mis sesos sobre la mesa del policía que me está observando como si estuviera loco. Sí, sí. Como oís, no os estoy tomando el pelo. Mi mano está sujetando una pistola que apunta directamente a mi cabeza. Pienso apretar el gatillo pero antesdesearía volver al instante en que esa mirada reventó mi cordura. Mi nombre es irrelevante pero no mi profesión. De hecho, si no hubiera sido por mi trabajo jamás hubiera visto aquellos ojos azules, las gotas que inundaron mi mundo. Trabajo desde hace unos quince años en una empresa de restauración de obras de arte situada en el barrio de la Bonanova, Barcelona. La verdad es que no hay nada de glamur en mi trabajo. No descubro códigos escondidos en cuadros de Leonardo Da Vinci ni nada por el estilo, aunque he de reconocer que es un mundo donde se conocen muchas personas interesantes. Acudo a una cantidad infinita de eventos: inauguraciones de salas de museo, fiestas, exposiciones, cenas con gente importante a las que acudía con mi difunta mujer Me gusta la vida social, de hecho siempre ha sido la parte de mi trabajo que más me gustaba. Al menos lo era hasta que descubrí aquellos ojos que me hipnotizaron sin remedio. Casi siempre mi trabajo consiste en convertirme en el cirujano plástico de obras maltratadas por el tiempo, pinturas, en la mayoría, sin ningún valor artístico. La mayoría son cuadros heredados por familiares despreocupados, aunque me encuentro con excepciones de vez en cuando. Una de esas excepciones es la que destrozó mi vida. A mis manos llegó un extraño cuadro llamado La culpa y el éxtasis” pintado por una misteriosa artista del siglo XIX llamada Jacqueline Datancourt. El cuadro había sido adquirido por el museo del Prado y me habían encargado su restauración. Tenía fama de cuadro maldito. Según las leyendas, parte de su sangre se encontraba impregnada en la pintura, incluyendo restos del cerebro de la pintora. También se rumoreaba que fue creado poco antes de morir por la brutal paliza de un marido alcohólico que se suicidó poco después. Se trataba de una lámina afectada por la humedad y con la pintura descolorida. En la misma, una joven morena y pálida situada en el centro de la imagen observaba al espectador con sus enormes ojos azules. No era un cuadro normal. Eradiferente e inquietante. La joven paseaba por un extraño sendero que provenía del infierno, un infierno plagado de criaturas monstruosas que parecían salidas de la mente del Bosco. Ratas con rostro humano que devoraban niños desnudos, monjas con apariencia de cerdos que fornicaban con extraños seres anfibiosTodos estos animales estaban rodeados por el fuego, el azufre y fosos oscuros que llevaban al vacío primigenio. La chica caminaba alejándose del inframundo, vestía un camisón blanco ensangrentado y era de una belleza perturbadora aunque había algoalgo extraño en ella. Caminaba sobre un sendero formado por extrañas baldosas con ojos. Aquel detalle me extrañó y decidí salir de dudas. Cogí una pequeña lupa y me acerqué con cuidado, como si el propio cuadro tuviera vida propia y pudiera engullirme. Ojalá nunca hubiera hecho eso porque en aquel instante se desató el horror. Las baldosas eran cabezas humanas y todas pertenecían al sexo masculino. Aquellos rostros me resultaron muy familiares y justo en ese momento de incertidumbre, los ojos azules de la chica se giraron y me contemplaron. Grité horrorizado y me caí, perdiendo el conocimiento. Durante días rechacé todas las invitaciones de Lucía, mi actual pareja, para acudir a eventos importantes. Tras la muerte de mi mujer, ella había sido mi mejor apoyo. Lucía aún es joven y tiene mucha más energía que un servidor. Así, uno a uno, fui rechazando todas las invitaciones y me convertí en un viejo huraño y solitario, obsesionado con aquella chica de ojos azules. Rastreé internet, ya que tenía una corazonada y hallé lo que buscaba, aunque ojalá nunca se hubieran confirmado mis sospechas. Uno de aquellos rostros pisoteado por la mujer del cuadro me recordaba a alguien y efectivamente, no me equivocaba. Se trataba de un asesino, alguien que había acabado con su mujer e hijos hacia tres semanas y los medios de comunicación habían recogido el crimen. Era él, estoy convencido, pero ¿cómo podía un asesino del siglo XXI encontrarse reresentado en un cuadro del siglo XIX? Podía ser quey siyoo seayo Investigué hasta altas horas de la madrugada y descubrí que todos los rostros pertenecían a esposos que habían acabado con la vida de su familia. Todos, sin excepción. Pero yoyoyo solo la maté a ella, a mi mujer. Si no lo hubiera hechoyono estaría ahora con Lucía, la joven a la que amaba. Me hubiera costado mucho dinero ynono queríacompartirloNo puede seres una locuraDeja de mirarmepor Dios ¡Deja de mirarme! No pude seguir escribiendo en mi casa, así que escapé. Cogí mi revolver y fui corriendo hacia la comisaria de la policía. No aguantaba más, no podía aguantar más. La muerte será mi descanso, mi único descanso” Había algo extraño en aquel cuadro cautivador y terrible. El director del museo, tras revisar el diario del antiguo restaurador, lo miró asombrado, como si hubiera visto a alguien conocido en aquel infierno pictórico. Se acercó con disimulo y se sobresaltó al comprobar que Laurent, se encontraba allí atrapado, pidiendo un auxilio que nunca llegaría. No estaba solo, le acompañaban cientos de hombres pisoteados sin compasión por aquella mujer tan fascinante. Levantó la vista, aterrorizado y detuvo su mirada en los ojos azules de la muchacha sin saber porqué. Es probable que se encontrara solo y ansiara calor femenino. Él también había “perdido” a su mujer. 

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