La entrevista
Ángelica se abrochó el botón de su traje de ejecutiva y miró al robot que tenía delante. Ir completamente vestida era parte del ritual. Le hacía olvidar la estrechez de las paredes del falso despacho, olvidar lo absurdo de la situación. Los rituales eran importantes, te hacían conectar con lo que realmente importaba. Ella sabía de eso. Por algo era abogada, o había sido, ya no importaba. El robot estaba detrás de una mesa de falsa madera, de las del Ikea. Y también obedecía al ritual, un robot del estado, del antiguo SEPE, a su vez antiguo INEM, comprado directamente a Taiwán con cara de asiática amable. Ella… Eso, también era parte del ritual. Trataba de mostrarte la cara más amable del sistema.
—No me extraña que despidieran al ministro que os compró a todos.
Disculpe, no entiendo la pregunta.
—Decía que venía a buscar trabajo.
La robot hizo una pausa de unos segundos y Ángelica se imaginó sobre ella las viejas barras de cargando que aparecían antes en todos los dispositivos.
Ángelica Pérez, código de identidad 32789542JKL, conocimientos de inglés e italiano, licenciada en derecho en la Universidad de…
El robot volvió a hacer una pausa.
No existen ofertas de empleo de abogado en este momento, pero hay 1,2 millones de ofertas de programación robótica. ¿Desea hacer un curso gratuito de programación? El salario esperado es 7 veces la RBU.
—No, no sé nada de programación. Sabes que soy abogada.
Nuestros cursos de formación tienen una eficacia del…
—¡No quiero ningún curso de formación! ¡No soy buena programando!
Ángelica había subido el tono de voz antes de tiempo y lo sabía. Esos robots podían llegar a ser mucho más irritantes. Pero hoy estaba especialmente cansada, y deseaba acelerar las cosas. La robot pareció no entender.
¿Cuánto tiempo lleva sin trabajar?
—Sabes la respuesta de sobra. No es más que una frase de cortesía programada.
Sabemos que nueve años es mucho tiempo, pero desde el estado hacemos todo lo posible para…
—¡Deja de contarme tus mierdas, que no engañan a nadie! ¿Crees que podré trabajar de abogada algún día?
Actualmente solo hay 15 000 puestos de trabajo como abogada, pero todos requieren tener conocimientos de programación robótica. ¿Desea hacer un curso gratuito de programación? El salario esperado es…
—¡Ya hice uno de vuestros cursos y no aprendí nada!
No me consta tal información.
Aquello desconcertó por un segundo a Ángelica, tanto que estuvo a punto de olvidar la razón de estar allí. Incluso su mal humor se redujo un poco. Pero solo un poco.
—¡No te consta porque estás mal programada! —Esto era cierto, y ella lo sabía, así que tuvo que jugar sucio para volver a meterse en su papel—. ¡No sirves para nada! ¡No conseguirás encontrarme trabajo!
Cálmese. Nuestra labor es ayudar. ¿Quiere que le diga el puesto para el que está más cualificada sin saber programar?
—Que me calme… ¡Y me lo dice un montón de cables! ¡Já! Y bien, ¿cuál es ese puesto?
Cuidadora de personas de la tercera edad. El salario supera en un 40 % la RBU y tiene una amplia consideración en la sociedad actual…
—¿Y por qué no chacha? ¡Te digo que he estudiado derecho!
La máquina se volvió a quedar pensando.
No conozco el término chacha, pero la eficacia de nuestro servicio a la hora de encontrar empleo es superior al…
Ángelica no pudo aguantarlo más. Normalmente tenía más paciencia, pero hoy se sentía especialmente hastiada. Cogió un inmenso cenicero que había en la mesa de porcelana, mera decoración ya que no estaba permitido fumar, y se lo arrojó a la cara. El golpe destrozó el rostro de plástico de la robot y Ángelica pudo ver el complejo entramado de chips y cables de fibra óptica destrozados.
ALERTA, UNIDAD 15521 ATACADA, ALERTA…
Sacó el martillo especial que llevaba en el bolso y golpeó la cabeza hasta dejarla convertida en un amasijo de cables. Esta vez no había rabia en sus ataques, solo hartazgo, hasta tal punto que renunció a ponerse las gafas protectoras que también llevaba en el bolso y simplemente golpeó y golpeó. Había algo hipnótico en arrebatar la forma humana a aquella máquina inútil y darle una nueva. Pero esta vez no se sentía liberada. La máquina, al igual que ella, no tenía oportunidad de hacer otra cosa. Ni siquiera podía defenderse.
Cuando la voz de alarma dejó de oírse, Ángelica guardó el martillo en el bolso y salió del pequeño cuarto. Jadeaba. Había hecho esto decenas de veces y siempre se sentía liberada, pero hoy era diferente, ¿por qué? Un joven, humano, le ofreció una toalla en el recibidor y le señaló las duchas, pero Ángelica la rechazó y se limitó a limpiarse el polvo de la chaqueta.
—¿No ha sido de su agrado? Últimamente parece que los clientes dejan de venir —dijo él con cara de preocupación.
Ángelica le dirigió una mirada glacial.
—¿Y eso a ti que te importa? ¿No te pagaron ayer la Renta Básica Universal?
—Por supuesto, y no creas que gano mucho más aquí, pero me temo que si a mí me despiden también no tendré robots que destruir cuando me aburra.
Ángelica se echó a reír, lo que decía era cierto.
—Al final te acostumbras, hace nueve años que no me gano el pan y hoy por fin lo he conseguido. Creo que me costó aceptar que un robot pudiera sustituir a un abogado. A un abogado. —Se rio tras repetirlo—. Hace quince años habría parecido imposible…
El hombre guardó la toalla y le ofreció un bombón marca de la empresa.
—Bueno, supongo que hemos perdido otro cliente. ¿A qué se va a dedicar ahora?
—A vivir e inventarme motivos estúpidos para estar estresada. Por cierto, llego tarde a recoger a las niñas. Ha sido un placer.
El joven vio salir medio corriendo a Ángelica y sonrió. Sabía de sobra que había un servicio gratuito que llevaba a todos los niños a casa.