La era de los dragones 1: Bautismo de fuego
Los hombres, dispersos, corrían y lloraban sin ley alguna que los avalase El cantante, con voz gutural, inició la obra. Cantaba y los actores se movían de un lado a otro, temerosos, confusos. Aún no sonaba la música, aún no había música, pues no había orden. Y los actores lloraban. Y los hombres lloraban Lloraban sin duda, porque aquel era el momento para el que se habían preparado todo el año. El mismo que en estos momentos se representaría en cada nido del reino. Y Kira, con la ilusión de la adolescencia, lo miraba con los ojos completamente abiertos, absorbiendo cada detalle con los poros de su alma. Aquella era la primera vez que participaba en el teatro, y aunque hubiese preferido que fuera su primera batalla, no por ello estaba menos complacida. Su padre le entregó una copa del licor ritual. —Cuando el Rey dragón aparezca en el escenario—le dijo serio entre susurros—, todos hemos de beber en su honor. Kira cogió la ornamentada copa de bronce con sumo cuidado. Sabía que si el licor caía al suelo antes de la aparición del Rey, la desgracia caería sobre su familia. El Cielo no veía con buenos ojos los fallos en el ritual. Pero sus movimientos eran torpes. La seda roja del vestido ceremonial se le hacía insufrible en comparación con sus habituales ropas de entrenamiento. Para colmo de males, el vestido realzaba todos y cada uno de los rasgos de su cuerpo que, a sus dieciséis veranos, aún no habían terminado de formarse. Kira miró una vez más a su madre con la esperanza de descubrir el secreto de llevar un vestido como aquel con elegancia. Trató de hacerlo con disimulo, pero al hacerlo inclinó la copa demasiado. Consiguió evitar el desastre justo a tiempo. Su madre lo miró. Su rostro era serio, aunque sus ojos brillaban con orgullo. —Estate atenta—le dijo—. Esta noche aprenderás muchas cosas. Kira asintió y trató de concentrarse en los actores. Una flauta había empezado a sonar. Su padre alzó la copa, ella lo imitó. Y entonces llegó la luz, desde más allá del mar de fuego. Llegó la luz y montaba sobre alas doradas Kira vio como todos los actores se tiraban al suelo en una reverencia, mientras flautas y tambores tocaban una melodía que tenía algo de alegre y de terrible. Su padre bebió, inclinando la cabeza hacia el escenario. Kira lo imitó. El licor era fuerte, tanto que estuvo a punto de escupirlo. —¡Salve, Rey dragón!—gritó toda la sala. Un hombre con un vestido dorado hizo aparición. Montaba sobre un dragón hecho con una mezcla de papel y oro y en el que Kira sabía que había dos actores. Desde el mar de fuego vino, y el fuego sagrado trajo consigo. Fuego y ley, fuego y orden. Para que el hombre dejase de correr y llorar disperso Kira observó con atención, sabía que ahora llegaba la parte de la obra que más le iba a gustar. El momento en el que el Rey dragón es desafiado por los cinco demonios Pero los demonios no aparecían. El Rey dragón danzaba solo en el escenario. Viajó y viajó por las cuatro esquinas del mundo Ahora solo sonaba la flauta, y el vestido dorado del Rey brillaba a la luz de las antorchas. Kira notó el contraste entre el dorado del vestido y la falta de decoración de la sala. A decir verdad, y a excepción de los estandartes rojos de la familia, el teatro era el sitio menos decorado del nido. Aparte de la cámara de los dragones, por supuesto. Kira iba a preguntar el por qué de tan poco adorno, cuando alguien entró en la sala apresuradamente. —¡Quién osa a interrumpir el tributo al Rey dragón!—gritó su padre enfurecido. —¡El mismo Rey dragón! Kira se dio la vuelta. Al fondo de la sala podía ver el resplandor de su armadura hecha con las escamas de los dragones dorados de los primeros reyes. Su porte era apuesto y altivo. Toda la sala hizo una reverencia. Los instrumentos enmudecieron al instante. Kira vio fastidio en los ojos de muchos, y no lo entendió. No cuando tenían ante él al portavoz de los Cielos y vencedor de la Tierra, que avanzaba poderoso y apuesto por la sala. El rey se detuvo delante de ella. —¿Es esta tu hija? Veo que lleva el color de su familia con orgullo y que no le falta belleza. —Mi señor no debería alagarla tanto o estropeará su carácter—respondió su padre sonriendo ante el rubor en las mejillas de Kira. El Rey dragón rio. —Estoy convencido de que unas pocas palabras de su Rey no afectarán a la educación del Duque rojo. ¿Estás seguro de que debe ser un guerrero? —Sabe de sobra mi señor, que en las tierras rojas es costumbre que toda mujer que supere las pruebas, sea un guerrero como los hombres—Kira pudo ver que su padre estaba harto de aquella respuesta. La había repetido infinidad de veces a lo largo de su vida. —Así sea—dijo el Rey pensativo—Puede que hoy sea su primera batalla Kira, el corazón latiendo con fuerza, contuvo la respiración. Sin importarle el protocolo miró directamente a los ojos del Rey dragón. Y vio en ellos fuego. 2 El sonido de las escamas chocando entre sí llenaba la armería. Lo menos treinta guerreros trataban a la vez de equiparse para el combate. Pero la armadura no era tan fácil de poner cuando nadie te ayudaba. Las escamas rojas se le clavaban en todas partes, y el yelmo no parecía encajar en su cabeza. Kira se detuvo un momento, moviendo los miembros doloridos y miró alrededor con la esperanza de que alguien la ayudase. Pero no había nadie. Todos los vasallos de su padre se encontraban en la obra como es tradición, pero ninguno esperaba ir a la guerra y no habían traído escuderos. Kira tenía que arreglárselas sola, pero estaba demasiado nerviosa. La armadura no encajaba —¡A los dragones!—gritaba un hombre. Gritaba y señalaba las escaleras que conducían al nido. Kira tuvo miedo por un instante, iban a dejarla atrás, iban a irse sin ella. Forcejeó con la armadura una vez más, haciéndose heridas en brazos y piernas. Las escamas de dragón eran ligeras, pero casi tan duras como el acero y los numerosos alambres de bronce que las unían se le clavaban en cada parte del cuerpo. —Kira—dijo una voz tras ella. Su padre, en armadura completa y el rojo estandarte en su espalda, la miraba con el rostro serio. —¿Vas a ayudarme? —No—respondió, y Kira vio que usaba el mismo tono que con sus vasallos. No tenía ante él a su padre sino al duque rojo. Haku del reino, encargado de mantener la paz y el orden en nombre de su rey—. Respira hondo, cálmate y ponte la armadura. Kira obedeció. No resultó fácil ponerse la armadura ante la atenta mirada de su padre, pero finalmente consiguió hacerlo. —Como ésta es tu primera batalla, irás en la retaguardia, Kira. Tienes que volar alto y observar si hay enemigos que no podamos ver. Si algo pasa toca el cuerno. ¿Podrás hacerlo? —Sí, mi duque pero sabes que Yegua de fuego es el mayor dragón de la camada. ¿No sería mejor —¡NO! No sería mejor. Yegua de fuego es grande, y tú valiente. Pero aún no has probado el fuego en tus carnes. Obedece o quítate la armadura. Kira se inclinó en gesto de sumisión. —Bien. Todo vasallo ha de obedecer a su duque, incluso tú, hija—Kira levantó la cabeza, de nuevo era su padre—. Sobre todo ten cuidado. Tu madre quería desearte suerte, pero se lo he prohibido. No debe haber madres entre los guerreros. Kira asintió, dándose cuenta de que en la excitación del momento se había olvidado por completo de su madre. Cuando el Rey dragón dijo que el condado de Rei se había negado a pagar tributo, y que debían atacarlo de inmediato y por sorpresa, había corrido junto a los demás a la armería. Su padre la cogió con fuerza de los brazos, sus ojos sonreían. —Yo también hice lo mismo en mi primera batalla. Tu abuela me lo reprochó hasta el día de su muerte Vamos, hay trabajo que hacer. Su padre se dio la vuelta y cogió la espada de Kira, sopesándola. Ira celestial era su nombre, y había sido hecha a partir de uno de los colmillos del Duque de los cielos, el dragón de su tatarabuelo. Solo un colmillo de dragón podía atravesar a un dragón. Se la entregó y cogió un Daitou, un hibrido entre espada y lanza, hecho a partir de un colmillo del mismo dragón. Era un arma para la vanguardia. Kira sabía que su padre iba a ser el primero en atacar, y casi pudo verlo a lomos de su dragón haciéndose hueco entre el enemigo. Lo miró con orgullo, el estandarte rojo en su espalda. Casi un dios vengador surgido de los cielos. Muchas veces, cuando finalmente ella se convirtió en la duquesa, recordaría a su padre aquel día, antes de tomar ninguna decisión. Pero la ensoñación fue breve. —¡A los dragones! ¡Por el Rey dragón! —¡Y por el duque!—gritaron todos en la sala. 3 Excavado en la montaña, el nido era frío y en ocasiones estaba cubierto de nieve, pero Kira no lo notó. Bajo las escamas de dragón, la armadura estaba acolchada en cuero. Los cielos eran fríos. En cualquier caso estaba demasiado ocupada para sentir frío. Acarició al dragón en el hocico y éste se removió de placer. Kira sabía que el resto de guerreros no aprobarían su comportamiento. Un guerrero debe estar orgulloso de su dragón, pero eso es todo. No es un perro ni un gato. Un perro no puede comerte de una dentellada. Kira no podía evitarlo. Había crecido con Yegua de fuego y adoraba el olor a azufre que desprendía todo su cuerpo. Todo el nido olía a azufre, pero el olor de Yegua de fuego era más salado y cargado de vida. Adoraba el lustroso rojo de sus escamas y la mirada de sus ojos, siempre alegres al verla. Yegua de fuego podía comérsela de un bocado con armadura y todo, así de grande era, pero Kira sabía que eso no era posible. —Hoy vamos a la guerra, Yegua de fuego—le dijo pasando repetidamente la mano con cuidado por su hocico—. Hoy vamos a destrozar a los que osan desafiar al Rey dragón —Deberías acariciar menos a tu dragón y acudir más a los consejos—dijo una voz a su derecha—. Nos desafían a nosotros. Kira giró la cabeza y vio a Takeshi, heredero de uno de los condados del Norte. Comprobaba los ajustes de la Gyushu en la que todo guerrero montaba a su dragón. No era mucho mayor que ella, pero siempre la trataba con condescendencia. —Es al Rey dragón a quién no le han pagado los tributos—contestó con sorna. —Sí, pero es tu padre, el Haku, el que hace que se los paguen—respondió Takeshi sin darle importancia, apretando uno de los cintos de la silla. Su dragón protestó. —Le estás haciendo daño —Para ser la hija del duque eres un poco blanda Kira no necesitó responder. La mirada de odio de Yegua de fuego fue más que suficiente. Takeshi trató de aparentar no estar asustado, pero se dio la vuelta y no volvió a decir palabra. Kira comprobó su propio Gyushu. Era importante que estuviese firmemente apretado, pero a la vez tenía que dejar espacio para que Yegua de fuego respirara. Era el dragón el que hacía la mayor parte del combate, y tenía que estar cómodo. Kira dijo palabras tranquilizadoras mientras se sentaba en el Gyushu y ajustaba sus piernas para que no hubiese la más mínima posibilidad de caerse. Lo había hecho miles de veces, pero esta vez su corazón latía a cien por hora y su excitación llegaba a Yegua de fuego. Aquel era su momento. Miró el nido repleto de dragones rojos y algunos dorados. Los dragones rugían ansiosos y los guerreros lanzaban vítores. A su derecha Takeshi la miraba con desdén, seguro desde su Gyushu. Kira iba a demostrarle hoy su valentía. El Rey dragón tocó el cuerno y las alas de treinta dragones se dirigieron a la conquista de los cielos. 4 Bajó la visera de su casco para protegerse del viento y miró atrás. La ciudad-nido, al pie de la montaña, se veía cada vez más y más lejana. Sus pequeños muros ya ni se divisaban Volvió a mirar al frente para asegurarse de mantener su puesto en la formación. Yegua de fuego estaba nerviosa y volaba demasiado rápido. —¡Despacio!—gritó. Yegua de fuego obedeció su orden al instante, como siempre, pero su rugido de insatisfacción la conmovió. Kira también quería ir más rápido, mucho más rápido. Hasta alcanzar a su padre y participar en la carga decisiva. Se imaginaba aniquilando al ejército enemigo y su corazón palpitaba al ritmo de las alas de los dragones. Miró al suelo para distraerse. Solo vio llanura amarillenta y eso la desconcertó. Había estado tan distraída que se había perdido el fin de las montañas y no pudo ver la ciudad-nido del Rey dragón. Se decía que su nido estaba revestido de oro, pero ella no lo sabía. La única vez que lo había visitado era una niña y Yegua de fuego era demasiado pequeña para ser montada, por lo que habían atravesado el camino real en carro. Si estaban en una llanura, verde y plagada de campos como aquella, eso quería decir que estaban en el territorio de la Alianza de condados. Y por tanto en tierra enemiga. Uno de esos condados no había pagado su tributo. Casi no había gente en caminos ni campos de trigo. Aunque Kira divisó varias torres de vigilancia que tocaban campanas. Se preguntó si no deberían atacarlas. Pero ni el Rey dragón ni su padre tocaron los cuernos de ataque. Le hubiese gustado preguntar, pero era imposible, una vez montado en un dragón solo el sonido de los cuernos podía oírse. Tocó el suyo en su cinto. El camino del guerrero es solitario Recordó. —¡Arriba! ¡Derecha!—gritó. Estaba perdiendo su posición otra vez. Toda la bandada había girado a la derecha y ella no se había dado de cuenta. Entrecerró los ojos tratando de ver al frente. Allí estaba la ciudad-nido. Kira trató de imaginarse el inmenso esfuerzo que habría sido trasladar todas aquellas piedras en un lugar sin montañas, hasta construir una réplica de un nido de dragones sobre la ciudad. No le extrañaba que los condados de la Alianza fueran tan débiles. Cuatro dragones salieron del nido. Kira no podía verlos bien a esa distancia, pero no eran negros ni rojos. Debía ser algún tipo de hibrido. El Rey dragón tocó el cuerno a modo de saludo. Como exigía la cortesía del guerrero, le contestaron. Entonces su padre tocó el cuerno dos veces seguidas. Era la orden de carga. 5 No necesitó azuzar a Yegua de fuego. Tan pronto como oyó el sonido del segundo cuerno agitó las alas y rugió de alegría. Kira no pudo evitar gritar mientras apretaba la espada con todas sus fuerzas. Nadie podía oírle, pero gritaba igual concentrada en el horizonte. El estandarte rojo de su familia ondeaba furioso en la espalda de su padre. Iban tan rápido que parecía a punto de romperse a causa del viento. Volvió a gritar. Los dragones enemigos ascendían desesperados, esperando que la altura les diese ventaja. Su padre tocó el cuerno tres veces y dos grupos de dragones se separaron de la formación para ascender por los lados. Por un momento no supo muy bien qué hacer. Ella era la retaguardia, pero si seguía volando a esa velocidad pronto estaría cargando junto al resto. Y su deber era Vigilar. Miró a los lados, temerosa de ver cientos de enemigos a sus espaldas. —¡Maldición! No eran cientos, pero a su derecha un dragón verde volaba rápidamente hacia el centro de la abandonada formación. Hacia su padre. Y ellos no podían verlo Kira no tenía tiempo de tocar el cuerno de aviso. —¡Ataque! ¡Verde! Yegua de fuego rugió con tal furia que el dragón verde y su jinete parecieron amedrentados. Kira agarró con fuerza su espada con una mano, mientras con la otra agarraba las riendas especiales de la silla. No habría tiempo para palabras si El dragón verde escupió una bocanada de fuego. Kira trató de hacer girar a Yegua de fuego, pero aún no estaba muy acostumbrada a las riendas. No obedeció, y atravesó el fuego sin preocuparse por el jinete. Kira se cubrió los ojos instintivamente, la única parte de su cuerpo que no estaba protegida. El calor era insoportable pero las escamas aguantaron. Cuando pudo volver a ver, Yegua de fuego trataba de morder al dragón verde, pero este se le escapó en el último momento. Kira tiró de las riendas tratando de que Yegua de fuego girara a la izquierda y arriba. Pero Yegua de fuego se lanzó de frente otra vez. —¡Arriba!—gritó desesperada, esquivando por los pelos el fuego verde. —¡Obedece Yegua de fuego! ¡Obedece o estamos fritos! Tiró de las riendas, esta vez Yegua de fuego obedeció. El dragón verde estaba encima de ellos y se lanzó en picado. A duras penas consiguieron esquivarle. —¡Fuego!—gritó Kira. Pero Yegua de fuego falló. Ambos podían esquivarse el uno al otro, eso estaba claro. Había llegado el momento de tratar de herir a los dragones o a los jinetes Agarró las riendas haciendo girar frenéticamente a Yegua de fuego, viendo que el dragón verde hacia lo mismo. Tenía que acercarse lo suficiente como para herir a ese dragón pero evitando al mismo tiempo sus ataques. Su padre siempre se lo había dicho. Pero era más fácil de decir que de hacer. El dragón verde estaba enfrente abriendo la boca. Sus colmillos eran inmensos. Yegua de fuego rugió, Parecía que iban a enfrentarse de frente, pero la hizo girar de repente a la izquierda. Le destrozaría el ala con la espada El dragón verde también giró, poniéndose de costado. Kira vio a su jinete atacando y supo lo que iba a pasar. Su Daitou destrozaría a Yegua de fuego. Su corazón dio un vuelco. —¡Izquierda!¡Izquierda!—gritó al tiempo que trataba de atacar al jinete. El choque entre Daitou y espada fue breve, pero bastó para que Kira descubriese lo inexperta que era. Un segundo después perdía la espada. Trató de alejar a Yegua de fuego mientras cogía la espada de repuesto que había escondido en la silla. Sabía que las normas del guerrero prohibían llevar más de un arma. Pero a Kira le había parecido una norma estúpida. De todas maneras no era rival para aquel jinete. Aunque su dragón verde era más pequeño que Yegua de fuego. Kira lanzó a Yegua de fuego a la carga de nuevo. Girando como antes, lanzándose a la izquierda en el último momento. Kira vio al dragón verde virar otra vez e hizo girar a Yegua de fuego a la derecha. Esta vez no se lo esperaba. Sus dragones se enzarzaron a dentelladas. Y Yegua de fuego era más grande. Trató de golpear con la espada, pero era difícil entre la maraña de escamas y garras que caía a velocidad vertiginosa. No tenían mucho tiempo. Yegua de fuego se separó por sí misma antes de que fuese tarde. El dragón verde huía malherido. Kira quiso lanzare a por él sin fijarse en las propias heridas de su dragón. Sonaron los cuernos. Decenas de cuernos. El dragón verde detuvo su huída. Y Kira vio como su jinete levantaba el Daitou a modo de saludo y sumisión. Se habían rendido. La batalla había terminado. 6 Los guerreros enemigos, derrotados, se postraban ante el Rey dragón. Pero Kira no podía ver nada. Le costaba respirar. Tenía calor. Cada movimiento para bajar de la silla era un suplicio. Su corazón latía deprisa, y había tanta, tanta sangre Cubría su armadura, rojo sobre rojo. Yegua de fuego jadeaba. Kira nunca la había visto jadear así, era ella la que estaba cubierta de sangre y heridas. Se abrazó a ella, llorando. Oyó pasos apresurados, gritos. Aunque no pudo entenderlos. Unos fuertes brazos la apartaron de Yegua de fuego, que seguía jadeando. —¡Maldita sea Kira! ¡Te dije que tocaras el cuerno! Takeshi estaba allí, y varios otros. Kira pensó que iban a burlarse de ella, a regañarla. No lo hicieron. —Pa Padre. He sido una estúpida, Yegua de fuego está herida y Su padre no le prestó ninguna atención al dragón. Miró la armadura, comprobó las escamas, la miró de arriba abajo, le quitó el casco —Por los Cielos, que hija más imbécil que tengo. Imbécil y afortunada. Tu cara no se verá muy bonita sin cejas, pero tus heridas son superficiales. —Pero Yegua de fuego —Yegua de fuego es un dragón, no un poni. Se pondrá bien en unos días. —¡Kira, te has enfrentado al duque verde y sigues viva! —¿Qué?—dijo una Kira que no entendió el tono de voz. —Ahora no es momento de explicaciones—les cortó su padre.—Kira, has desobedecido las ordenes. Como guerrero, recibirás tu castigo en cuanto regresemos. —Pero mi duque, si no fuese por ella—balbuceó Takeshi. —¡He dicho basta!—cortó su padre de nuevo—Quítate esa armadura y lávate las heridas. Y después encárgate de las de tu dragón. ¡Rápido! Kira no se atrevió a responder. Miró a Yegua de fuego y después a su padre. Su rostro era puro reproche, pero sus ojos reflejaban orgullo.