Matías
Me llamo Matías, tengo 30 años y soy invisible. Si pudiese, escogería no serlo, pero no puedo. Sólo eres invisible si quién te mira no quiere verte, así acabamos dependiendo de otros, no se me permite escoger ¿O sí?
Quizá sí pueda y por eso pusiese el anuncio en la página de contactos: “Me llamo Matías, tengo 30 años y soy invisible”, lo mismo que te he dicho hace un momento al presentarme. ¿Pensabas que era una broma o un señuelo? Lo siento, pero no lo es.
Veo que te sorprende. Que sea invisible no significa que no me fije en los demás, sí lo hago, son ellos los que deciden no corresponderme y acaban reduciéndome a una sombra. Tú también lo harás si en esta cita, más allá de la presentación que te ha traído hasta aquí, no encuentras nada que te atraiga, te sorprenda o te llame la atención. Si no eres capaz de verme o yo no soy capaz de mostrarme, me harás invisible, como tantos otros lo han hecho antes que tú.
¿Sabes? No es tan difícil, menos aún si tu madre se empeñó en enseñártelo desde que puedes recordar. “¡Haz lo que quieras, pero que no te vea!” “¡Si tu no estuvieses aquí yo tendría una vida!”. Cuando te repiten estas cosas tantas veces, aprendes a jugar en un rincón y en silencio, aprendes a no molestar, aprendes a no estar. Cuando en los ojos de tu madre ves tristeza, desánimo, dolor y odio, y los de tu padre no los has conocido, prefieres no mostrarte. Al final, se convierte en un alivio que esos sentimientos desaparezcan y sean sustituidos por la indiferencia de una mirada que ya no te ve.
En el colegio era más difícil, allí siempre encuentras gente que disfruta descubriendo y atormentando a los raros . Quizá sea el olor, mala suerte. Sea por lo que sea, para ellos no eres invisible, solo una presa fácil. Y no siempre son los matones del patio, también hay profesores que disfrutan maltratando. Yo encontré de los unos y de los otros. Por suerte para mí, también encontré a Luis. Él no es invisible, solo es raro como yo, aunque de una rareza diferente. Él corría intentando escapar de todo, rápido, alejándose de los matones que nunca podían alcanzarlo. Intentó hacerlo de sus padres que no se querían, de su pareja cuando ella le pidió algo más, de una vida que no entendía, hasta que un día descubrió que había algo de lo que no podía escapar, corriese lo que corriese y por lejos que lo hiciese: nunca podría alejarse de sí mismo.
Ahora ya no corre, no huye, está dejando de ser raro. Es mi único amigo, quizá por eso yo también quiera dejar de ser raro, quizá por eso haya puesto ese anuncio y te estoy explicando todo esto. No puedo perder a mi único amigo, al único que todavía me ve. Si él ha podido cambiar, quizá yo pueda volver a ser visible.
¿Las mujeres? Mi madre lo era y, además, he escuchado muchas cosas sobre vosotras, creo que podría aficionarme. ¿Sonríes? Que sea invisible no significa que no tenga sentido del humor. Los tengo todos: del humor, del amor, del dolor, de la tristeza... Si queréis verlos, ahí están, solo ocurre que la mayoría de las veces preferís no hacerlo . Además, no todo es negativo. Los hombres invisibles también sabemos querer, abrazar, besar y amar, aunque sea difícil practicar. En mi caso todo está sin estrenar, los besos son nuevos, a los abrazos tendríamos que quitarles el celofán y mi cariño sería todo para ti. A veces no es tan malo ir del brazo de un ser invisible. Si no quieres que esté y te esfuerzas un poco, no me verás y, siempre que lo desees, reapareceré a tu lado, aunque si lo haces a menudo, un día descubrirás que ya no estoy a tu lado. También nos cansamos.
Y ahora dime, ¿continúas viéndome o ya voy desapareciendo?