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Un Padre y su Hijo

-Y por eso, hijo, despedí a media plantilla. Es más fácil y barato decirle a una máquina lo que tiene que hacer que a 100 descerebrados que solo hacen que pedir derechos y gilipolleces por el estilo. –después mi padre se enciende su tercer Cohiba Behike 54 del día y lanza a la papelera otro billete medio quemado de 50 euros.

Cuando se ha vivido toda la vida rodeado de este tipo de escenas, de este tipo de comportamientos y de este discurso, llegas a creerte que tus meados saben a CocaCola Zero Ligth y tu mierda es Caviar de Riofrio.

Y mis desechos corporales puedo aseguraros que son así; perfectos, puros, tan cercanos a la deidad que a veces incluso dudo si de verdad salen de mi cuerpo.

Le digo que vale, que tienes toda la razón papá, y entonces saco mi Iphone con incrustaciones de un auténtico Diamante Millennium Star, que mi padre ordeno trocear para cubrir, además de mi teléfono y el de todos los de mi familia, las llantas de su Ferrari 488 GTB. He quedado esta noche con mi novia Gina, que quiere salir a celebrar que la semana pasada le pusieron 200 gramos más de silicona en cada pecho, y se le ha antojado cenar en el Hard Rock Hotel Ibiza, que lo abrieron hace unos meses y ya no quedan mesas hasta dentro de 5 años.

Mientras me arreglo me paro a sentir como los calcetines Falke acarician mis pies, y pienso en los pobres inútiles que esta noche beberán en bares donde las cervezas valen solo 2 euros y medio y cenarán en Burguer Kings. Pienso en lo tristemente patético que es no ser como yo, como mi padre, y como la familia de Gina.

Pienso en que el dinero da la felicidad, y lo digo en voz alta, haciendo que el eco de mi enorme mansión sea la única compañera que me habla con sinceridad.

Sonrío, porque no sé hacer otra cosa.

Porque debo hacerlo.

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